Imperio
bizantino
Imperio bizantino es el término
historiográfico utilizado desde el siglo XVIII para referirse al Imperio romano
de Oriente en la Edad Media. La capital de este Imperio cristiano se encontraba
en Constantinopla (en griego, Κωνσταντινούπολις, actual Estambul), de cuyo
nombre antiguo, Bizancio, fue creado el término Imperio bizantino por la
erudición ilustrada de los siglos XVII y XVIII.
En tanto que es la continuación
de la parte oriental del Imperio romano, su transformación en una entidad
cultural diferente de Occidente puede verse como un proceso que se inició
cuando el emperador Constantino I el Grande trasladó la capital a la antigua
Bizancio (que entonces rebautizó como Nueva Roma, y más tarde se denominaría
Constantinopla); continuó con la escisión definitiva del Imperio romano en dos
partes tras la muerte de Teodosio I, en 395, y la posterior desaparición, en
476, del Imperio romano de Occidente; y alcanzó su culminación durante el siglo
VII, bajo el emperador Heraclio I, con cuyas reformas (sobre todo, la
reorganización del ejército y la adopción del griego como lengua oficial), el
Imperio adquirió un carácter marcadamente diferente al del viejo Imperio
romano.
Algunos académicos, como Theodor
Mommsen, afirman que hasta Heraclio existió el Imperio romano de Oriente y
después de este emperador hubo el Imperio bizantino, que duró hasta 1453. En
efecto, Heraclio abandonó el antiguo título imperial de «Augusto» y poco
después fue llamado basileus (palabra griega que significa 'rey' o
'emperador'), título que los gobernantes bizantinos llevarían hasta el final
del Imperio. También reemplazó el latín por el griego como lengua administrativa
en 620 y, después de su reinado, el Imperio bizantino tuvo un marcado carácter
helénico.
A lo largo de su dilatada
historia, el Imperio bizantino sufrió numerosos reveses y pérdidas de
territorio, especialmente durante las Guerras Romano-Sasánidas y las Guerras
arabo-bizantinas. Aunque su influencia en África del Norte y Oriente Próximo
había entrado en declive como resultado de estos conflictos, continuó siendo
una importante potencia militar y económica en Europa, Oriente Próximo y el
Mediterráneo oriental durante la mayor parte de la Edad Media. Tras una última
recuperación de su pasado poder durante la época de la dinastía Comneno, en el
siglo XII, el Imperio comenzó una prolongada decadencia durante las Guerras
Otomano-bizantinas que culminó con la toma de Constantinopla y la conquista del
resto de los territorios bajo dominio bizantino por los turcos, en el siglo XV.
Durante su milenio de existencia,
el Imperio fue un bastión del cristianismo, e impidió el avance del Islam hacia
Europa Occidental. Fue uno de los principales centros comerciales del mundo,
estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área
mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los sistemas políticos
y las costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él se
conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del
mundo clásico y de otras culturas.
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